El etólogo alemán Lars Chittka, quien estudió a las abejas por 30 años, sostiene que son sensibles y tienen “cierto estado de conciencia”. Cómo llegó a esa conclusión.
El científico Lars Chittka, quien ha estudiado las abejos durante los últimos 30 años y recientemente publicó un libro al respecto, está convencido de que es un insecto que, además de ser imprescindible en el ecosistema, y tener gran inteligencia, tiene “sensibilidad”, “un cierto estado de conciencia” y “estados emocionales”.
Chittka presentó recientemente su nuevo libro The Mind of a Bee (La mente de una abeja) en el que afirma que se trata de una especie que necesita de la protección de los seres humanos.
Las personas, sostiene, tienen la obligación ética de resguardarlas, no solo porque son útiles para la polinización de cultivos y la biodiversidad, sino porque pueden ser seres sintientes.
“Ahora tenemos evidencia sugerente de que hay cierto nivel de conciencia en las abejas, que hay sensibilidad, que tienen estados emocionales”, afirmó Chittka, profesor de ecología sensorial y conductual en la Universidad Queen Mary de Londres.
Chittka, considerado uno de los principales expertos del mundo en sistemas sensoriales y cognición de las abejas, dijo que tanto su trabajo como el de otros laboratorios ha “demostrado que las abejas son individuos muy inteligentes. Que puedan contar, reconocer imágenes de rostros humanos y aprender el uso de herramientas simples y conceptos abstractos”.
Es sencillo imaginar cómo los etólogos establecen los grados de inteligencia y sensibilidad de un mamífero, por ejemplo, pero es difícil suponer cómo lo hacen los científicos que estudian insectos, así lo explicó el experto: “Cada vez que una abeja hace algo bien, obtiene una recompensa de azúcar. Así es como los entrenamos, por ejemplo, para que reconozcan rostros humanos”.
El científico Lars Chittka está convencido de que es un insecto que, además de ser imprescindible en el ecosistema, y tener gran inteligencia, tiene “sensibilidad”, “un cierto estado de conciencia” y “estados emocionales”
Según explicó el científico, el entrenamiento incluye el uso del habla. “En este experimento, las abejas que muestran varias imágenes monocromáticas de rostros humanos aprenden que uno está asociado con una recompensa de azúcar. Luego, les damos a elegir entre diferentes caras y sin recompensas, y les preguntamos: ¿cuál eliges ahora? Y, de hecho, pueden encontrar la correcta entre una variedad de caras diferentes”.
Chittka afirmó que las abejas tienen emociones, pueden hacer planes e, incluso, imaginar cosas y, por supuesto, en ese marco de inteligencia, pueden reconocerse a sí mismas como entidades únicas distintas de otras abejas. Todas sus conclusiones las obtuvo de su extenso trabajo en el laboratorio con abejas obreras.
El científico explicó que transformarse en “reconocedores faciales competentes” demandó entre 12 y 24 sesiones de entrenamiento. Como parte del trabajo, se constató la capacidad de las abejas para contar con más de tres puntos de referencia iguales a los que debían volar hasta llegar a una fuente de alimento.
“Después de que volaron allí de manera confiable, aumentamos la cantidad de puntos de referencia en la misma distancia o la redujimos”. Cuando los puntos de referencia estaban más juntos, las abejas tendían a aterrizar antes y viceversa, cuando los puntos de referencia estaban más separados. “Así que estaban usando la cantidad de puntos de referencia para decir: ‘ah, ja, he volado lo suficiente, este es un buen lugar para aterrizar”, interpretó Chittka.
Es necesario aclarar aquí que los puntos de referencia eran idénticos, lo que le permitía al experto estar seguro de que las abejas no estaban identificando uno en particular al decidir qué tan lejos volar. “Realmente podrían obtener la solución solo contando la cantidad de puntos de referencia”.
Además, fueron capaces de imaginar o suponer cómo se verían o sentirían las cosas: por ejemplo, podían identificar visualmente una esfera que antes solo habían sentido en la oscuridad, y viceversa. Y podían entender conceptos abstractos como “igual” o “diferente”.
Chittka, en su largo contacto con las abejas, fue dándose cuenta poco a poco que algunas de ellas eran más curiosas y confiadas que otras. “También encuentras la extraña ‘abeja genio’ que hace algo mejor que todos los demás individuos de una colonia, o incluso que todas las demás abejas que hemos probado”, aseguró.
Un de los descubrimientos más interesantes fue, además, que las abejas aprenden más rápidamente mirando las acciones de alguno de sus congéneres. De esta forma, “una vez que entrenas a un solo individuo en la colonia, la habilidad se propaga rápidamente a todas las abejas”, dijo el experto.
Es más, la inteligencia de estos insectos es tan refinada que, cuando Chittka entrenó deliberadamente a una “abeja demostradora” para realizar una tarea de una manera incorrecta o no del todo correcta, la “abeja observadora” no imitaba la acción que había visto, sino que mejoraba espontáneamente su técnica para resolver el problema de una forma más eficiente “sin ningún tipo de prueba y error”.
Esto comprobó que se trata de un animal con “intencionalidad” o conciencia de cuál es el resultado que se espera de su acción. Es decir que hay “una forma de pensamiento”, tiene una representación o un “modelo interno de ‘cómo llegaré al resultado deseado’ en lugar de simplemente probarlo”, señaló.
Después de constatar tantas muestras de inteligencia, el científico se propuso demostrar si tenían sentimientos. Para probarlo experimentó simulando un ataque de una araña cangrejo cuando los insectos se posaban en una flor. A partir de esa experiencia traumática “toda su conducta cambió. Se volvieron, en general, muy reacias a aterrizar en las flores, e inspeccionaron cada una exhaustivamente antes de decidirse a aterrizar en ellas”.
Según el investigador, las abejas mostraron un comportamiento ansioso hasta varios días después de haber sido “atacadas” y, a veces, incluso se comportaron “como si estuvieran viendo fantasmas”. Es decir, “inspeccionaron una flor y la rechazaron incluso si veían que no había ninguna araña presente”, dijo.
La experiencia las hizo actuar como si tuvieran una suerte de estrés postraumático. “Parecían más nerviosos y mostraban estos extraños efectos psicológicos de rechazar flores perfectamente buenas sin amenaza de depredación sobre ellas. Después de inspeccionar las flores, salían volando. Esto nos indicó un estado similar a una emoción negativa”, precisó.
A partir de esa experiencia traumática “toda su conducta cambió. Se volvieron, en general, muy reacias a aterrizar en las flores, e inspeccionaron cada una exhaustivamente antes de decidirse a aterrizar en ellas” (Getty)
Entonces, decidió mostrarles un “regalo” donde estaban las flores en las que habían tenido que evaluar si valía la pena posarse o no. “Esa recompensa las ponía de buen humor y aceptaban el estímulo ambiguo con menos vacilación”.
Por su parte, el doctor Jonathan Birch, director de un proyecto sobre la sensibilidad animal en la London School of Economics expresó sobre las revelaciones de Chittka: “Mi propia opinión es que es más probable que las abejas sean sensibles”. Se necesita más evidencia, dijo, pero en el pasado, los académicos ni siquiera se han molestado en hacer estas preguntas sobre los insectos. “Y ahora están empezando a hacerlo”.
Birch destacó que las abejas tienen un nivel de cognición sofisticada por lo que dedujo que es poco probable que no sientan ninguna emoción en absoluto. “La sensibilidad se trata de la capacidad de tener sentimientos”, dice. “Y lo que estamos viendo ahora es cierta evidencia de que existen estos… estados emocionales en las abejas”, expresó.
Chittka está “bastante convencido” de que las abejas son seres sintientes. “Los estamos exponiendo a desafíos que ninguna abeja ha enfrentado en su historia evolutiva. Y los están resolviendo”, concluyó.
Fuente: Mundo Agropecuario