En una granja mantienen un pequeño rebaño, pero no pueden vender ni la leche y menos la carne por el temor a la contaminación, sin embargo, luchan por darle vida a una región que fue arrasada en 2011.
Las vacas pastan a pocos kilómetros de la central nuclear siniestrada en Fukushima. Satsuki Tani, de Tokio, en 2011. En ese sitio un grupo de valientes productores instaló una granja en para salvar a las vacas abandonadas en la zona de exclusión y por ello allí todavía queda algo de vida.
La zona se llama Okuma y es ahora un pueblo fantasma. De los antiguos 10.000 habitantes, apenas regresaron 300, todo por el temor a las radiaciones que todavía se generan de la planta nuclear siniestrada.
En 2011, la central nuclear japonesa de Fukushima quedó gravemente dañada tras un tsunami. Los trabajos para descontaminar la zona de exclusión son esfuerzos hercúleos que durarán décadas.
Un informe del canal de la televisión alemana DW revela la historia y muestra la dramática realidad que se palpa en esa tierra nipona.
«Las vacas vivieron un infierno en Okuma por lo que los pocos habitantes de la zona tienen que devolverles un poco de tranquilidad», señala una de las acuciosas damas que atienden a los animales.
Para las cuidadoras del ganado su esfuerzo se ve recompensado al apreciar como el ganado toma su nuevo rango y fortaleza.
«Esta es una ternera totalmente demacrada, pero la hemos salvado. Otras cuatro murieron de hambre o por otras causas» destaca Satuki Sata, una de las productoras ganaderas.
Solo quedaron unos pocos ejemplares en esa zona de exclusión que está casi sin humanos y los que se atreven a permanecer en las granjas quieren que esos animales puedan vivir en paz.
Es solo por mantenerlas vivas, ya que la leche y la carne no se pueden comercializar. Varias de las vacas que sobrevivieron a la catástrofe nuclear al huir a las montañas donde pasaron mucha hambre, se muestran ahora sanas y felices.
Esos animales se reencontraron años más tarde en la granja que fue construida para albergarlas.
«Los animales comenzaron a mugir como si dijeran que todavía estaban vivas», resalta la emprendedora, quien solo puede permanecer en la zona por espacio de unas horas ante el temor al contagio.
Por otra parte, este grupo de productores reciben donaciones y diferentes tipos de ayudas para poder mantener el rebaño en medio de una región desolada y todavía con radioactividad.
Los animales no generan dinero y menos puestos de trabajo, pero Sasuki y quienes le ayudan se sienten felices de la labor que cumplen para salvar a los animales.
«No me preocupo por mí, en realidad nunca tuve miedo, aunque calculo a cuanto nivel de radiación estoy expuesta», sostiene.
Okuma se mantiene como un lugar sin vida. Allí vivían más de diez mil personas y hoy no llegan ni a 300 en su mayoría ancianos que quieren volver a su lugar de origen.
Así transcurre la vida en la granja de Okuma en una lucha por mantener la existencia de los animales y de los pocos habitantes que se niegan a abandonar la zona.
Otros se han atrevido a instalar granjas para el cultivo de fresas, pero no se pueden vender, algo que es considerado ridículo.
A los habitantes se les conoce como las «locas de las vacas», y siguen en su empeño por darle vida a la zona siniestrada que tardara muchas décadas para quedar completamente libre de contaminación nuclear.
Fuente: DW
Redacción: Publiagro