Columna de Opinión: “MAÍCES CRIOLLOS Y MAÍZ TRANSGÉNICO” por: Wolf Rolón

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Sólo el trigo y el maíz tienen múltiples usos entre los cinco cultivos en los que se estudiará la posibilidad de permitir eventos transgénicos: soya, caña de azúcar, algodón, trigo y maíz. Los demás son exclusivamente para la industria. Confundir el maíz usado para elaborar comidas y bebidas de nuestra tradición cultural con el maíz industrial destinado a las actividades pecuarias, es una forma de engañar al público. Los activistas antitransgénicos provocan de mala fe esta confusión, de la misma manera en que insisten que la CPE prohíbe los OGM, evitando citar el art. 409 que establece que “la producción, importación y comercialización de transgénicos será regulada por ley”.

Wolf Rolón Roth

Ingeniero Agrónomo

Desde hace varias décadas en nuestro país se cultivan maíces híbridos en zonas tradicionalmente productoras de maíces criollos y nunca se ha registrado una contaminación de unos con otros debido al interés de los productores por evitar los cruzamientos indeseados que contaminan el producto final, reduciendo su valor de mercado. Estos dos tipos de maíces son el “amarillo duro” del Trópico y el Chaco para la producción de alimentos para el sector pecuario, de variedades híbridas importadas y nacionales, y el “choclero” de Valles, Altiplano y Chaco para consumo humano directo, heredado de nuestros ancestros desde antes de la colonia y utilizado para la elaboración de bebidas y comidas. La llegada de un nuevo híbrido no tiene por qué cambiar esta situación y más bien es una oportunidad para actualizar los protocolos que eviten mejor los cruzamientos. De la misma forma en que se evita la mezcla entre maíces chocleros (un Culli con un Ch’uspillo o con un Choclero, o un Aychasara) se evita la contaminación entre híbridos y chocleros. Con mayor razón en lugares en los que existe una espontánea zonificación, provocada por el mercado, que separa geográficamente unos de otros.
El nuevo híbrido (el maíz transgénico Bt) tendrá un impacto importante en la producción de maíz industrial, fortaleciendo nuestra seguridad alimentaria al apuntalar la producción de huevos, leche y carne, pero no afectará la producción de maíces criollos porque el mercado de éstos es otro. No es posible elaborar nuestros alimentos tradicionales como somó, chicha, choclo y mote de consumo directo, tujuré, patasca, tortillas, humintas, tamales, arepas, tacos etc. con maíz transgénico debido a sus características. En la medida en que siga habiendo un consumo permanente y sostenido de nuestros alimentos tradicionales, nunca morirá el maíz criollo. Sin embargo, pueden perderse variedades debido a la falta de demanda, lo que se evita colectándolas y conservándolas en bancos de germoplasma por su gran valor como fuente de genes para mejoramientos posteriores.
Pese a las grandes limitaciones del Estado en cuanto a infraestructura y personal, su labor es de gran importancia en la preservación de estas variedades nativas de maíz y de otros cultivos en el banco nacional de germoplasma de Toralapa en Cochabamba y el banco activo de trabajo en el Gran Chaco, además de sus actividades en la purificación de las variedades más utilizadas en comunidades indígenas y campesinas y en el mercado nacional para que mantengan las características particulares que las hacen aptas para determinado uso culinario.
La verdadera amenaza reside en el presupuesto mínimo que destina el erario nacional a las entidades estatales de investigación y preservación de nuestro acervo genético, irrisoria en comparación a instituciones similares de países vecinos. Los grupos anticiencia de falsos ambientalistas contribuirían mucho más al desarrollo del país pidiendo el fortalecimiento y la despolitización de estas entidades.